En el momento en que leas estas líneas, el Plan de Seguridad de Lavapiés ya habrá entrado en vigor y se encontrará en plena fase de ejecución; impedir su aprobación es una tarea imposible.
Pero este Plan es una concatenación de intenciones, una serie de deseos y de metas abstractas, y por tanto aún tenemos la posibilidad de intervenir contra las expresiones concretas de su puesta en práctica: ¡está todo por hacer!
Hacer oídos sordos a lo que en estas páginas de papel impreso tratamos de visibilizar sería estar del lado de la certeza: la certeza de que son ellos/as los/as que siempre ganan.
No caben medias tintas. La situación requiere que quienes hacemos activismo, vivimos o trabajamos en Lavapiés nos apropiemos de este barrio; cortocircuitando redadas racistas, ocupando el espacio urbano, generando lazos, haciéndonos fuertes, defendiéndonos de las provocaciones chulescas de quienes visten de azul y llevan pistola… autogestión de la convivencia.
Pero nuestra resistencia no debe dirigirse solo hacia los/as artífices y simpatizantes de este plan, por mucho que nos jodan la existencia. Nuestras energías también deben ir hacia el derrumbe del canibalismo social, hacia el fin de las conductas que hacen que los/as explotados/as nos dañemos los unos a los otros.
Pensamos que la resolución colectiva de los problemas y el apoyo mutuo entre iguales deben sustituir al recelo, al ocio alienante y a la competitividad.
Este orden de cosas y sus mercaderes nos ubican en la necesidad de sobrevivir con nuestra fuerza de trabajo, incluso si para subsistir tenemos que pasar los/as unos/as por encima de los/as otros/as.
No existen fórmulas mágicas; cambiar la manera de relacionarnos es una cuestión de actitud. Solo hay que empezar a practicarlo para aprender a hacerlo. Y entonces tendremos a los/as enemigos/as mucho más acorralados. Sencillamente porque sabremos señalarlos.